Eran las
cinco de la mañana. El cielo aún no
despejaba. El clima se sentía helado y su reloj biológico la hacía despertar. Mientras para otros todavía era media noche, para María
Sarmiento, una mujer construida apenas de cartílagos blancos, espina dorsal
arqueada e inflexible, empezaba su día. En su rostro se refleja que el pasar de los años no ha sido
vano, pues ser vendedora de tubérculos en un mercado no es nada fácil como
parece.
Este era uno
de sus quehaceres desde hace treinta y ocho años. Muy presurosa, casi corriendo,
iba de un lado a otro en busca de su mandil, en el que se encontraba su dinero,
para ir La Parada.
Caminaba siempre
sigilosa y con todos los sentidos bien activos al dirigirse al paradero.
Los años y
la rutina de ir sola por la calles le enseñaron eso. Miraba a la derecha, a la
izquierda, giraba un poco y miraba atrás. Continuamente, a cada paso, observaba
quiénes se encontraban a su alrededor, puesto que en anteriores ocasiones
habría sido víctima de muchos asaltos, en los cuales su avanzada edad no fue perdón
para aquellos delincuentes que sin el mayor reparo la reducían y la despojaban
de lo poco que llevaba.
Pasado media
hora, desde el inicio de su viaje, y aún sentada en colectivo que la transporta
hasta su destino final, le daba la bienvenida un oloroso y ruidoso mercado minorista de 28 de Julio.
Se podían
observar pequeños y sencillos puestos, algunos improvisados; otros más definidos.
Gritos de los vendedores, sonido de carretillas andando, claxon de autos ensordecedores eran típicos del lugar.
Una vez ahí,
empezaba lo bueno del día. El recorrido era grande y el tiempo era corto y
apremiante. Este consistía en ir en busca de los productos para abastecer su
puesto, desde sacos de papas, zanahorias, ollucos, hasta la compra de paquetes de apio, espinaca y otros.
El recorrido
Inicial fue por el paquete de apio, los
cuales se encontraban amontonados en una fila de grandes camiones. Atendida por
comerciante de este producto, un señor muy risueño se hallaba una mujer,
robusta, de unos treinta años. Ella, mientras vendía, molestaba a sus compañeros,
emitiendo frases vulgares e indecentes. A ellos, al parecer, no les aturdía en
lo absoluto, pues le seguían el juego.
María
continuó con la cebolla china. Después de haberlas comprado a un precio
bastante acomodado, se arrepintió, pues al mirarlas con mayor detenimiento, no
tenían muy buena imagen para ser exhibidas
en su puesto. Siguió con las lechugas, las cuales, apiñadas en una bolsa
y con gran esfuerzo, los cargabas. Se inclinaba un poco y con la fuerza de sus brazos las jalaba e impulsaba en su espalda. Estos, después, eran guardados
en las caseras que había logrado hacer.
Unos metros
más allá, como a tres cuadras del mercado 28 de Julio, se encontraba el mercado
minorista La Parada, a pesar que
anteriormente hubo problemas en su traslado y reubicación al mercado Mayorista
de Santa Anita. En esté aún se encontraba a gran parte de sus proveedores, no
como en sus tiempos de apogeo, pero todavía se podía percibir una notable
cantidad de vendedores.
Al ingresar
al mercado, es inevitable encontrarse con el alboroto de ruidosos comerciantes,
del sonido del rodar de llantas de estibadores.
Se aprecia de
estos últimos, que desde muy niños hasta
hombres mayores, practican esta labor. En sus rostros, en sus brazos en sus cuerpos,
en el sudor que recorren su frente, se refleja que este trabajo es solo para
fuertes.
María se conocía
el mercado y sus alrededores como la palma de su mano. Así iba transcurriendo
la mañana caminando por todo el mercado y buscando los precios más accesibles
para su bolsillo. Ahora solo faltaba llegar toda la carga hasta un taxista que
le hiciera la carrera.
Para eso se
necesitaba un estibador. Justo ese día
no puedo hallar al que siempre le llevaba los paquetes y sacos de sus productos.
Es por eso que eligió a unos de los muchos que se encontraban ahí para que hicieran esa labor. Este joven resulto
dárselas del vivo, ya que quiso cobrarle más de lo pactado. Entre una breve
discusión, María logró ganarla.
Eran las
ocho y veinte del sábado, y una vez conseguido el transporte de retorno, se
dirigía a sus centro de labores en el mercado Plaza Villa Sur, ubicado en el
distrito donde reside: Villa El Salvador (V.E.S).
Una vez ya
instalada, con los productos recién traídos, empiezan las ventas del día. Las
Caseras, sobre todo amas de casa, desde muy temprano, se acercaban, llegaban y llevaban los productos frescos. Es
así como esta luchadora mujer de casi 60 años emprende la jornada laboral hasta
que el último cliente se haya retirado, casi hasta las 9 p.m.
muy buena cronica julissa, maria una mujer luchadora apesar de todo obstaculo
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ResponderEliminarMe parecio muy interesante la vida cotidiana de esta señora y lo vañiente y persistente por salir adelante en su negocio. con mucho detalle al leerlo muy buena.
ResponderEliminarQue buena reseña y que bueno que muestres y que plasme mediante tu trabajo el día a día de un comerciante porque sea de abarrotes,verduras, pescados etc ,no están fácil su vida como todos piensan ya que los ven ubicados en un solo lugar o porque son sus propios jefes también es sacrificada y riesgoso su día a día por llevarnos al mercado sus productos para venderlos, sigue así July ,abriendo los ojos a la sociedad que aveces piensa que todo es fácil.
ResponderEliminaruna buena redacion del dia de un comerciante como miles que hay en nuestro peru
ResponderEliminarBuena crónica!!!, las personas que se dedican al comercio en el mercado tiene una vida muy sacrificada, sobre todo cuando tiene que dejar muchas veces a los hijos en casa o tiene que llevarlos con ellos a su puesto de trabajo, y mas aun la fuerza física que tiene que hacer las mujeres en levantar los bultos tan pesados de los tubérculos, sobre todo si son madres solteras...y muchas veces pasado los años, la vida y la salud le cobrar el sacrificio con enfermedades...
ResponderEliminarSigue escribiendo crónicas de se tipo que nos pueda enseñar y entender como es al vida de otros....
así es, el trabajo que realizan los comerciantes es bastante arduo y en varias oportunidades no son muy valoradas.
ResponderEliminarLa crónica de ésta mujer trabajadora es de rendirle reverencia ya que el trabajo que realiza ella y otras personas son verdaderamente para fuertes, pero no de físicamente sino fuertes de actitudes y valores, por que existen necesidades en la vida y una de ellas es trabajar para seguir nuestro rumbo y ellos que no tuvieron oportunidad de tener una educación tienen la profesión de la vida y es la que realiza. La fuerza física se acompaña de la necesidad que estas personas realizan para transportar sus productos de un lugar hacia su destino de trabajo.
ResponderEliminarPor otro lado esta crónica deja notar una narración que va para más.
Una mujer luchadora y ejemplar!!!...Muy buena crónica Julissa
ResponderEliminarExcelente crónica amiga Julissa, claramente se puede ver en esta mujer vendedora la realidad de muchos peruanos que como ella salen desde temprano a trabajar buscando la manera de sobrevivir en la vida, todos en general deberíamos valorar lo que hacen muchos vendedores, y esta mujer es un ejemplo a seguir que desde hace mas de 30 años sigue con esta labor fiel en cada despertar, siguiendo ese ritmo laborioso que deberíamos valorar.
ResponderEliminarEste ser humano es un claro ejemplo de la mujer peruana luchadora, emprendedora y apasionada con su trabajo. Muchos no nos damos cuenta que nuestro país es un lugar lleno de mujeres que se sienten capaces de lograr mucho en esta vida, como es el caso de la Sra María Sarmiento, es algo para admirar y tener de ejemplo toda la vida. Love for PERUVIAN WOMEN!
ResponderEliminarMuy bonita cronica es el dia dia de tantos Peruanos sobre todo de mujeres luchadoras que se olvidan del cansancio para sacar adelante una familia. Interesante Julissa
ResponderEliminarJulissa muy buena crónica donde nos muestras los difícil y peligroso que es el trabajo de un comerciante de tubérculos, en este caso, ya que no solo es comprar y regresar si no que también tiene que ver la calidad y la forma de hacer llegar los productos, la Sra. María es un claro ejemplo de ello ya que sale de su casa desde muy temprano sacrificando muchas cosas con la finalidad de seguir luchando y salir adelante.
ResponderEliminarMe parece apropiado esta reseña a una señora común y corriente, vendedora. Es claro que la gente como ella ha sido, es y será marginada, porque está situada ideológicamente en la periferia de la urbanidad y/o civilización. Los mercados como la que representas son congruentes a la migración, comercio, progreso, 'lo vulgar' en el que no estoy de acuerdo con este último calificativo, pues la vulgaridad no es simplemente no tener estudios, ser pobre o hablar groserías, ser vulgar es también ser ignorante, ocioso y otros calificativos. Esa mujer es ejemplo de lucha y progreso lineal, de manera ordenada y honrada.
ResponderEliminarDeberian haber mas cronicas asi ya que todos entendenrian que las mujeres que tienen este negocio son las que no tienen cansancio feriados dias libres son mujeres de dia a dia y desde muy temprano salen a trabajar a luchar tan solo pensando en su familia
ResponderEliminarmuy interesante tu trabajo y sobre todo es una cronica que refleja el dia a dia de muchas personas en nuestro pais que se sienten identificado con este trabajo, en la cual ay veces existen terceras personas que discriminan o se avergüenza de dicho trabajo, pero gracias a este mensaje deberian existir mas de ello para asi poder transmitir dicho mensaje a nuestro pais,donde nos enseñe a respetar cada trabajo, cada empleo y valorar porque cualquier trabajo nosotros los peruanos nos sentimos identificados y es asi donde muchas familias o madres solteras sacan adelante asus hijos por darles un lugar y bienestar mejor. ES UN EJEMPLO A SEGUIR !!
ResponderEliminarMuy interesante, creo que deberían de existir más crónicas así. Simplemente un ejemplo a seguir.
ResponderEliminarOscar Espejo