Caminando en busca de la sagrada imagen, en cada paso me preguntó: “¿dónde estará la fe?” y trato de ubicarla, pero solo diviso hombres disfrazados de caricatura, vendedores de fritanguita, anticuchos y hasta un organillero que miente con la suerte, mientras engríe a un monito ensombrerado.
No, ahí no puede estar. Entonces
la busco en el rostro de los hermanos del hábito morado, pero tampoco la
encuentro, porque ellos gritan, ordenan, manejan la soga, deciden quiénes
pueden acercarse: un pariente, un conocido del barrio, tal vez el amigo de
parranda. Los demás sólo pueden verlo de lejos.
Se sienten pasos cortos por las calles de una
ciudad que huele a sahumerio, a pancita y a rachi. Se oyen rezos y plegarias, pregones y ofertas. Se ven
las lluvias de pétalos de flores,
humaredas de incienso, el desmayo de una mujer y manos diestras que hallan
billeteras en bolsillos ajenos.
Encuentro de todo, pero no logro
observar la fe; de pronto, la multitud se comprime, encabrita y arremete. Los
hermanos se encolerizan. Hay empujones y manotazos, injurias e improperios.
"No pueden pasar, no pueden pasar", ordena una voz destemplada.
"Cristo Moreno, ilumina
nuestra vidas", clama una mujer con mantilla de encaje. Me acerco y le
pregunto: “¿por favor, dígame en dónde está la fe?”. No responde, sólo esboza
una sonrisa iluminada e infinita, que se transforma en canto: "Señor, sólo
a tus pies quiero morir".
Y siento que la fe está oculta
tras esa sonrisa convertida en canto, y la procesión, ese gigante morado de
esperanzas infinitas, vuelve a andar entre padres nuestros y aves marías, y se
prende una vela redentora, se cuelga un escapulario y se escuchan historias de
palabras ahogadas en lágrimas.
Lima no es gris en octubre. Es morada,
moradísima y lleva un cordón blanco y un escapulario en su pecho de gran
ciudad. Y es que en este mes, nuestra capital, maquilla sus ímpetus urbanos,
cambia su frenético andar por el paso sosegado, cortito, lleno de quietud de
los devotos del Señor de los Milagros, el piadoso patrón de la ciudad que, hace
siglos, fuera pintado por un mulato en un muro de Pachacamilla, un barrio ya
desaparecido de la capital peruana.
Las calles del Centro de Lima se
adornan de cadenetas, alfombras de flores, y miles de fieles del Cristo Moreno
salen a las calles para demostrar su devoción y fe desmedida. El llamado Señor
de los Milagros mora en el Santuario de las Nazarenas, y en el mes de octubre
se realiza la fiesta religiosa católica más numerosa del Perú.
La gente acude a la procesión
debido a la tradición atribuida a la imagen. Cuenta la historia que la imagen
del santísimo fue pintada por un esclavo de casta angoleña llamado Pedro Dalcón
según Raúl Porras Barrenechea, y que luego del terremoto de 1655 que sacudió Lima,
y derrumbó viviendas y templos, solo quedó el muro de adobe donde yacía pintado
el Cristo de Pachacamilla. Desde entonces, las personas acuden a la imagen para
curar sus males. Desde ahí se le
atribuyen milagros.
Ahora, en el siglo XXI, se sigue
rindiendo homenaje. Durante la peregrinación se juntan toda clase de personas:
comerciantes, abuelas, madres que llevan a sus hijos a rastras entre la
multitud para no perderlos. Todos ellos tienen el objetivo de poder llegar a
ver de cerca la milagrosa imagen, hasta incluso tocarla. Es tanta la devoción,
las emociones encontradas que algunos lloran y otros gritan: “qué viva el Señor
de los Milagros”, mientras que otros esperan desde el balcón de sus casas para
aventar flores y bendiciones al paso del Señor.
Cada año aumenta la fe por la
sagrada imagen y hoy en día su procesión por las calles de Lima en el mes de
octubre, congrega a millones de personas de diferentes partes del mundo.
Se escuchan, a lo lejos los
cánticos de las mujeres pertenecientes a la hermandad. Ellas llevan el clásico
hábito morado. Más adelante las sahumadoras cantan y rezan el rosario. La banda
se hace presente, y la cuadrilla de emergencia también en caso de que ocurra
una desgracia por el tumulto. El anda del milagroso Cristo Moreno se mese por
las viejas calles de Centro de Lima.
No podían faltar:
ambulantes, turroneros, vendedores de
cirios, estampas, rosarios, todos como decorando la fiesta llena de tradición y
fe.
El Cristo Moreno, salió temprano
del templo de las Nazarenas para pasear por su ciudad. El arzobispo de Lima,
monseñor Juan Luis Cipriani, le dio la despedida y bendijo a los devotos. En su
recorrido, la imagen visitó a los enfermos del hospital Nacional Arzobispo Loayza
y recibió diversos homenajes.
Milagros y más milagros,
enfermedades incurables que dejaron de serlo, un anciano rescatado de las
garras del alcohol, una mujer que dejó las calles del pecado, un negociante en
quiebra que se olvidó de las cuentas en rojo... "el Señor lo puede todo.
Sólo hay que tenerle fe".
Durante el recorrido, una voz sollozante
y melodiosa a la vez, acaparo la atención en la multitud. La expresión de
alegría desbordante que reflejaba su rostro y el brillo de sus ojos marrones
café, que estaban enrojecidos, por el humo de los sahumerios, y las lágrimas
que caían por sus mejillas, ya arrugadas por el pasar del tiempo, eran como las
de una fans enamorada al ver a su artista favorito. Esta morena espigada de
semblante sereno, doña Rosa Vertiz, a sus 64 años, sólo espera poder acompañar
hasta el día de su muerte al Señor de Los Milagros, al Cristo de Pachacamilla
que, desde 1687, esparce fe y esperanza en las calles de la ciudad.
Cómo no va a creer en aquella
imagen redentora. Cómo dudar de su poder, si durante su vida le ha concedido un
rosario de milagros. “Sanó a mi madre cuando estaba desahuciada, y salvó a mi
esposo y mis hijos de morir en el mar de la Herradura”, enfatizó
"Desde los ocho años vengo a
la procesión, porque la fe la heredé de mis abuelos y de mis padres, quienes
siempre creyeron en el Nazareno", dice doña Rosa en tono de plegaria,
antes de desaparecer entre los hábitos morados y las blancas mantillas de las
Cantoras del Señor.
Cae la noche. Luces amarillentas
maquillan la oscuridad. El gigante morado anda sin prisa, a paso lento, como si
quisiera distinguir los rostros de cada uno de sus fieles. Avancen, avancen
hermanos... La ciudad sigue impregnada del olor a sahumerio, turrón de miel,
anticuchos, pancita, todos ellos están empapados en aromas de fe.
Por Alejandra Idañez
Muy buena crónica y excelente el tema , me gusto mucho ya que en el Perú ir a la procesión del señor de los milagros ya es una tradición y esta imagen es visitada por miles de devotos que ponen toda su fe en el y junto con esto se resalta las costumbres de lima que acompaña a esta fiesta , felicidadeees ale :D
ResponderEliminarMuy buena la crónica, ya que es verdad que muchas veces vemos a una multitud de personas detrás de la sagrada imagen del cristo moreno creyendo que todos van por fe, pero analizando bien las cosas podemos darnos cuenta que eso, a veces, sirve de cuna para ladrones y personas de mal vivir. Me encanta que hayas podido reflejar en esta crónica un poco de eso.
ResponderEliminarLa crónica muy buena, el tema es interesante, uno piensa que todas las personas van a la procesión por fe pero no es asi, a través de esta crónica nos podemos dar cuenta que muchas veces las personas asisten para aparentar que son devotos pero no sabemos como son en realidad y sobre todo en esas procesiones es donde existe mas robos, muchas veces las personas que de verdad asisten para acompañar al señor de los milagros van con miedo de que les roben lamentablemente vivimos en un país donde la seguridad esta por los suelos. muy buena tu crónica ale me gusto mucho :)
ResponderEliminarExáctamente, ¿Dónde está la fe? Muchas veces, olvidamos la esencia de practicar la fe. Sin embargo, puede ser presenciada en carne propia en esas personas que dejan su alma en las procesiones siguiendo a nuestro cristo morado
ResponderEliminarMuy buena crónica. Nunca he ido a una procesión pero debe de ser una experiencia tremenda, como tu mismo lo describes y te preguntas ¿Donde esta la fe? la fe es algo que solo lo sentimos cuando necesitamos algo, casi la mayoría de personas que van a una procesión es para pedir algo, y la otra parte para agradecer a nuestro cristo moreno.
ResponderEliminarviendo el oto lado, la procesión también se ha vuelto cuna para los delincuentes es lastimoso que no lleguen a respetar un símbolo religioso
Me gusta mucho el enfoque que le das a un tema que actualmente esta un poco dejado de lado por los jovenes, buena crónica :3
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