Como
un sueño de loco sin fin la fortuna se ha reído de mí.
De pequeños, somos todos similares,
pero en algún momento de nuestro crecimiento, hay algo, llámese hormonas, vida
misma o no sé qué, que nos hace, distintos, especiales, diferentes.
Todo comenzó a notarse cuando tenía
12 años. A diferencia de otros chicos, yo tenía que usar afeitadora para la
barba, ya que este se asomaba cada vez con más frecuencia. Con el tiempo, el
vello fue creciendo por otras partes de mi cuerpo, y a los 18 años ya tenía más de lo
normal o mejor dicho, más de lo que otros chicos podían llegar a tener. Esta
diferencia era muy notoria y ya empezaba a incomodarme, no solo por la atención
de mis amigos, sino porque a algunas chicas no les gustaba. Yo estaba
descubriendo mi sexualidad, y sentía que esto era una traba para crecer y
desarrollarme normalmente. Restaba en mi comodidad.
A la edad de 23 años era
insostenible. Casi no había un rincón de mi cuerpo que no tuviera vello, y eso empezó
a incomodarme tanto que llegué a aislarme. Me encontré en situaciones en las
que tenía que taparme o temerle a encuentros en los cuales había que mostrar mi
cuerpo, como en las playas, tomar sol o las relaciones sexuales. Sin embargo, traté
de no privarme en nada y hacer todo lo que podía para no apartarme socialmente.
Tuve novias a las que no les importaban eso, y amigos que tampoco lo veían como
algo raro.
Cerca de los 30 años, sentía que no
podía seguir viviendo con cosas que no me gustaban de mi cuerpo. Ese mismo día
decidí cortarme los vellos del cuerpo.
Fue increíble poder ver mi cuerpo, el
que había perdido hace muchos años tras todo ese cabello. Podía ver la forma de
mi pecho, los abdominales, huesos, todo. Fue extraño. En aquella época no era
común que un hombre se corte el vello del cuerpo. Ese fue mi secreto durante
años. Había dejado de ser un lobo para transformarme nuevamente en humano.
A lo largo del tiempo conocí mucha
gente que sufría porque no le gustaba algo de su cuerpo: su cabello, su piel,
su nariz, y algunos que se veían muy flacos o tan gordos que se despreciaban y
vivían vomitando lo que comían, corriendo riesgo de muerte.
Siempre vi como algo bueno poder cambiar
lo que a uno le hace mal. Apruebo las cirugías estéticas y todo lo que sirva
para quitarnos esos traumas de vida. Durante años no sonreía en las fotos porque
tenía un diente corrido y durante casi toda mi vida no me animaba a mostrarme
sin ropa.
Hoy en día me podrás ver posando muy
superadamente, sonriendo con el torso desnudo, quizás, pero más allá de ese momento,
de esa imagen. Hay un secreto que siempre voy a llevar a cuestas, y es que,
aunque no parezca, sigo siendo un lobo, alguien que si no se cuidara, estaría
cubierto de pelo, más que cualquier mortal en esta tierra, y eso, que es tan
especial, me hace único. Para mi mente es un problema.
Todos tenemos esta manera errónea de
ver algunas cosas de nuestro cuerpo como defectos. Esto nos lleva siempre a
perder oportunidades y tener miedo. Hasta la persona más superada, aunque no
parezca, sufre por algo. Como hombre lobo, les puedo decir que sigan su
instinto animal sin cometer errores. Si bien nuestro cuerpo es importante, no
llega a serlo tanto como nuestro espíritu. Siempre luchamos para mejorar
nuestro cuerpo, nuestra presencia, pero nos olvidamos de lo más importante,
nuestra alma.
Por Keren Cinzano
Por Keren Cinzano
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