En el Perú, mujeres entre los 17 y 40 años abortaron, en el 2010 se registraron 50.000 abortos. Esto quiere
decir que 137 féminas aproximadamente
practican este asesinato diariamente. Esta
cifra no ha cambiado a la fecha. Es lamentable y penoso desde cualquier
punto de vista. Sobre todo en la Iglesia Católica encontraremos como respuesta
el castigo divino, y el tenebroso
alojamiento en el infierno.
Las causas son múltiples:
El miedo, la frustración, fallar como padres,
no tener una vida preparada para ese bebe que viene en camino, etc. Y los médicos que realizan estos favores para
quitar “el mal del todo” están convencidos del favor que le hacen al mundo, sobre todo a la madre y al bebé.
“No lo traigas a sufrir” les
dicen. Estas mujeres no saben que no solo sufre la criatura que llevan en su
vientre. Ellas también son sometidas a riesgos muy altos. Entran a la sala de
operaciones, pero nadie les garantiza que saldrán. Nadie les garantiza que no
habrá secuelas. Ellas solo quieren cubrir la prueba física, pero no son
conscientes que así como existen daños mayores como la hemorragia, cáncer de
cuello uterino, infecciones, esterilidad, trastornos menstruales, pueden quedar
en shock.
En el Perú, la pena para una
mujer que consiente el aborto es de dos años y para quien realiza el aborto
ilegal puede ser hasta de seis. Solo se está permitido abortar cuando la
madre corre riesgos. En caso de una
violación en nuestro país todavía no está permitido el aborto, y quien lo
realiza tendrá una pena simbólica de seis meses
y la práctica no implica carcelería.
Podemos cambiar la opción del aborto, y orientar a los jóvenes hacia la práctica sexual responsable.
La vida de un bebé no es la
decisión de la madre, este constituye a una nueva vida y no tiene la facultad aún de responder y pedir
que quiere vivir.
Hasta ahora no existe el caso de una mujer en el Perú que sea arrestada por abortar, pero tengan por seguro que pueden estarse librando de una celda fría, pero jamás se librarán de la cárcel llamada conciencia. Y la pena allí si es perpetua. Y ni que decir de Dios, pues es él quien lo ve todo.
Por: Pamela Sáenz
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