Era julio del 2012. Alistábamos
maletas para enrumbarnos a la provincia de Abancay. Un largo viaje de 16 horas
en bus, nos esperaba para llegar al destino. Aunque no fui en el primer
asiento, ya que mamá, dice que es peligroso, y es mejor ocupar los asientos del
centro. Me conformé con sentarme cerca a la ventana. Dejamos Lima
aproximadamente a las tres de la tarde. Durante el camino me acompañaba una
buena música y mi cámara fotográfica, quien sería testigo de lo que viviría, en
esa semana de vacaciones.
Recuerdo que al
amanecer, la ciudad de Abancay, nos daba la bienvenida. El paisaje era
impresionante. Los cerros verdes, un cielo maravilloso, unas nubes que parecían
algodones. En las calles, las personas saludaban amablemente, a pesar de no conocerte.
Nos instalamos en
casa de mi tía Yolanda, hermana de mi mamá. Ella es amante de las plantas. Al
amanecer, mamá y yo, salimos rumbo a caype, su pueblo de infancia y la de sus hermanos.
Aproximadamente, ella vivió en ese lugar hasta los 12 años.
Este pueblito está
ubicado a cuatro horas, de la capital. Era semana de festividad, por lo tanto,
todo el pueblo estaba en la plaza, festejando a la Virgen de Santa Isabel de
Caype. Desde que bajamos del carro, todo mundo conocía a mi mamá y la mayoría,
por no decir todos, era mi familia, por
parte de mis padres. Medio complicado, pero era así.
Dejé las maletas a un
lado y empecé a tomar fotos. Me llamo la atención, una iglesia colonial, con
más de 100 años de antigüedad. Personas moviéndose al compás de la música. Los niños corriendo y jugando, todos parecían estar felices por lo que
acontecía. Unas casas más arriba, estaban celebrando un matrimonio. La
costumbre es celebrarlo durante dos semanas. Claro, durante este periodo los
anfitriones deben atender a los invitados, desde la comida hasta el hospedaje.
Sorprendentemente, quien se casaba era la prima de mi mamá. No voy a negar que
me asustaron algunas cosas que realizaban por costumbre, como el perseguirte
con la cabeza de la vaca que mataron para preparar la comida. Debías decir la
palabra mágica: “para, para, para”, y enseguida la persona con la cabeza en
mano se tranquilizaba.
Otra de las costumbres
era como un desafío. Si no adivinabas en qué mano se encontraba, por decir la
moneda, te perseguían con un látigo hasta hacerte caer. Algo que me llamó la
atención, fue que mientras pasaban la chicha de jora, tenías que entregar algún dinero para los futuros hijos
de la pareja.
Al anochecer, la
gente seguía celebrando en la plaza. Seis de la mañana y nos despertaba un
silbido. Era mi tía Yolanda y su hijo. Habían salido temprano de Abancay. Mi
mamá me decía ahora si prepárate para la verdadera aventura.
Sus palabras me emocionaban.
Nos dirigimos a la casa de mis abuelitos, quienes hace varios años ya no están
en este mundo. Como comprenderán la casa se veía abandonada. Cogimos una ollita
cuyo aspecto era para matarse de la risa. Estebábamos llevando ajinomen, leche
en polvo, galletas, dulces y claro cada uno con su taper de arroz con pollo,
sería el almuerzo de ese día. Empezamos a caminar hacia el cerro. Mientras subíamos,
las dos hermanas tomaron el papel de guías, y nos empezaron a explicar cada
lugar que pasábamos. Mi primo no paraba de tomarse fotos. Ellas recordaban con
alegría lo que hacían de pequeñas, incluso hubieron momentos que lloraron,
porque en su niñez no todo fue felicidad, menos
para los hermanos mayores.
Conocí el “árbol papá”,
así llamaban a un árbol inmenso con muchas ramas, era el lugar preferido para
ellas. Empezaron a treparlo, a saltar sobre él. Jamás había visto tan feliz a
mamá, mucho menos a mi tía. Es como si en ese momento se convirtieran en niñas.
Era como la una de la tarde y mientras almorzábamos. Nos contaban la historia
de una cueva donde había restos de personas enterradas con cosas de oro, claro
la curiosidad nos llevó hasta el lugar. Solo encontramos, arbustos que cubrían
su ingreso, esto por el paso del tiempo.
Metros más arriba,
llegamos a otros de sus terrenos, ahí había una roca gigantesca e inclinada,
como un techo. El río estaba a unos pasos, había leña, entonces decidimos
acampar. Mientras atardecía, mi tía un poco asustada nos contaba que en ese
lugar habían pumas, aunque mi mamá, decía que no, que ellos estaban al otro
lado del río y no se atreverían a venir donde estamos. Pero igual, eso sí me asusto, puedo tener espíritu de
aventurera o es más de arriesgada, pero me acobarde un poco cuando nos contó la
existencia de los pumas.
Ya habíamos caminado por más de 10 horas, pero
quisimos ver el famoso lago que estaba terminando el último cerrito, juntamos
leña para la noche, escondimos nuestras cosas entre ramas y fuimos en busca del
lago. Sin exagerar subimos como cinco cerros, aunque en medio camino el aire
nos faltaba, por la altura. Nunca
llegamos a ver el famoso lago, unas nubes espesas la cubrían. Nos tomamos fotos
en la cumbre. La puesta del sol fue increíble, pero se nos hizo tarde y de la
nada oscureció.
Mi pregunta era: ¿cómo regresaríamos? Todos
prendimos linternas y mi tía seguía insistiendo, con lo de los pumas. Mi mamá
que nos advertía que debíamos tener cuidado por donde pisábamos, había lugares
que eran precipicios pero los pastos y ramales los cubría. Bajamos con miedo,
yo cayéndome entre espinas por mi falta de experiencia, pero en esos momentos el dolor no importaba. La luna
llena nos acompañaba y por fin llegamos a la inmensa roca. Enseguida prendieron
la fogata, tratamos de estar juntos para abrigarnos pero el frío era mayor. La
ollita que habíamos traído parecía un cernidor. Y tuvimos que hervir el
agua inclinándola, de poquito en poquito.
Las horas se pasaban lentamente, y nosotros queriendo que amanezca, para bajar
al pueblo. Siendo casi media noche, se nos acabó la leña. Fue algo increíble,
pero salimos a buscar más troncos y ramas, si no lo hacíamos de seguro,
moríamos de frío.
Estábamos sentados
sobre las piedras, tendimos las bolsas, las maletas y una frazadita que
habíamos llevado. La idea no había sido pasar la noche en la altura. Mamá nos
cuenta que mi primo y yo nos quedamos dormidos, y ella y mi tía tuvieron que
vigilar durante toda la noche. Cuando despertamos, creo que era cinco de la
mañana aproximadamente, el cielo estaba cubierto por neblina. Nos dimos cuenta,
cuán lejos habíamos llegado.
Empezamos
a alistarnos y esperan un poquito más para bajar al pueblo. No queríamos
esperar, teníamos hambre, sueño,
dolor y miedo. Se despejo el cielo y sin
pensarlo dos veces, corrimos para llegar al pueblo. Cuando ya estábamos cerca las
personas nos saludaban y se sorprendían cuando les contábamos que veníamos de
haber acampado en la altura. Algunos no creían. Recuerdo que las tías y mamitas
del pueblo, se angustiaron y resondraron
a mi mamá y a mi tía por habernos llevado a ese lugar peligroso. Decían que
últimamente los mineros informales están invadiendo los cerros de Caype, andan
con escopetas y disparan a quienes se crucen en sus caminos. Muy aparte de
haber vivido una hermosa experiencia, me satisfizo, la alegría que sintieron mi
mamá y mi tía, al reencontrarse luego de muchos años con el lugar de su
infancia. Fue una aventura inolvidable,
el viaje que siempre estuve esperando.Por: Daisy Benites Cáceres
Me encantó me hiso recordar cuando realice un viaje al interior del país era algo increíble !!!!! y es que Perú tiene lugares maravillosos por conocer.
ResponderEliminares una historia bonita !! :D
ResponderEliminarthalia b.c
Bueno se ve que es una experiencia unica y muy bien contada, ya que se transmite a las personas lo que ustedes sintieron :)
ResponderEliminarAndrea Zapata: Felicidades Daisy muy buen relato, leía la historia y mi mente imaginaba todo lo que sucedía y es que eso es el Perú costumbres, tradiciones,danzas.
ResponderEliminarQUE HERMOSA EXPERIENCIA,QUISIERA ESTAR AHÍ CON LA GENTE Y EXPERIMENTAR LO QUE TU HAS EXPERIMENTADO, VER UN TEMPLO DE MAS DE 100 AÑOS,,LAS FIESTAS COSTUMBRISTAS QUE DURAN HUYUYUYUYUY Y POR SUPUESTO LA DELICIOSA COMIDA,,,LIKE PARA TIIIIIIIIIII
ResponderEliminarQue gran experiencia vivida por ti y tu familia, una muestra más de lo maravilloso que es el Perú; su gente, gastronomía, naturaleza, costumbres entre otros, hace que el nuestro bello país sea tan tenga tantos misterios por conocer.
ResponderEliminarhermosa experiencia que te puedes imaginar en tu cabeza y sientes que estas junto con ellos,compartiendo el miedo y la alegría.
ResponderEliminarUna aventura muy entretenida. bien