Desde los inicios y comienzos de
la sociedad, siempre ha existido una innegable necesidad por decir quién manda
y quién tiene que obedecer de acuerdo a la raza y a la condición socioeconómica.
La gente, en la antigüedad, ha
hecho a un lado a las personas de color, ya que en base a sus creencias, los
blancos tenían que predominar en el mundo.
El acceso a lugares públicos “privados”,
como son algunas tiendas de categoría o discotecas, es limitado para las
personas de raza negra o trigueña, y solo acceden a estos lugares gente “de primera”, tal como
ellos dicen. Como si los derechos de los ciudadanos pudieran ubicarse por
categorías o razas.
Varios comerciales en cine,
televisión y la publicidad en los medios impresos están invadidos de rostros
que no tienen que ver con el común denominador de la población peruana. Pareciera
que el sector al que van dirigidos estos mensajes quiere mostrarse de otro
modo, lejos de su origen y de lo que en esencia son.
Perú es un país mayoritariamente mestizo. Sin
embargo, pareciera que el tono de piel le marca sus posibilidades
aspiracionales y les da un sello especial.
Es chocante que el consumo incite
a la adquisición de bienes o acumulación de recursos para escalar socialmente y
pertenecer a otro sector de la sociedad, el de los privilegiados, a la “gente
de bien”, y en la práctica sus ofertantes borran de la escenografía comercial o
exhibición de vida social a quienes genéticamente les parece que no cubren el
perfil ideal de color de piel.
Hay quienes acostumbran medir a
los demás por lo que poseen, por la posición social que gozan, e
inevitablemente incurren en actitudes discriminatorias. La desigualdad de trato
está a la orden del día y responde también a una diferencia económica.
En nuestro país existen grupos de
la población que son víctimas de la discriminación, por alguna de sus
características físicas o su forma de vida. El origen étnico o nacional, el
sexo, la edad, la discapacidad, la condición social o económica, la salud, el
embarazo, la lengua, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el
estado civil y otras diferencias pueden ser motivo de distinción, exclusión o
restricción de derechos.
Según datos de la Encuesta
Nacional sobre exclusión y discriminación (DEMUS) 2011, entre un 10 y 50% de
los peruanos se ha sentido discriminado con cierta frecuencia. De estos un 20%
atribuye el maltrato a su raza u origen
étnico. Un 46,5% de los encuestados percibe que la sociedad peruana es bastante
o muy racista.
En la investigación realizada se
determina que las personas fuertemente limitadas en el ejercicio de sus
derechos son los indígenas y pobres. Las personas que hablan alguna lengua
nativa, como el quechua o el aymara experimentan una mayor discriminación que
aquellos que sólo tienen el castellano como lengua materna. Además, 60% de personas
piensan que en el Perú existe un trato desigual en razón del tono de piel.
¿Hasta cuándo van a continuar
imponiéndose modelos de hombres y mujeres que nada tienen que ver con el Perú
del siglo XXI? ¿Cuándo la población dejará de tener ideas aspiracionales
construidas con base en la mentira y la apariencia?
La no discriminación es una
construcción social, no una característica genética. Y, como tal, puede
edificarse a partir de decisiones legales, políticas, públicas, para incurrir
en la diversidad cultural. Sin embargo, se requiere de voluntad, sobre todo de
la sociedad, de cada persona, de ti y de mí.
POR: Alejandra Idañez
Muy bna suertee
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